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Mostrando las entradas de agosto, 2020

Historias para los que han dejado de soñar

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I La ventana tiene un no sé qué atorado. Con curiosidad te acercas a mirar qué es. Te tallas los ojos, quizá el cansancio de la madrugada te está haciendo delirar. Rondas la ventana y descubres que es una sombrita temblorosa buscando algún rincón para guarecerse. Quieres ayudarla pero no puedes verle las patitas para jalarle los dedos y reubicarla. Amanece. La luz se cuela, inevitablemente. Pasas el día haciéndole cuevitas con la mano y usas el libro que estás leyendo para hacerle una casa con tejado a dos aguas. Hasta que el sol se va y la sombrita que cuidaste encuentra su lugar, volviéndose enorme para hacer lo que tú hiciste por ella, contigo y con toda la ciudad. II No pueden tejer. Las agujas tienen vida propia y toman rumbos rebeldes al mandato de las manos. Imposible enhebrar. El ovillo Azul se vuelve agua y no puede atraparse. El Rojo se desangra en el sofá. Lo ya tejido emprende reversa y la bufanda se desbarata. Manos observan atónitas, no pueden creerlo: a la madeja vuelve

A veces no sé qué escribir

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A veces no sé qué escribir. Podría contar la historia de un hombre que, enfermo de sarampión, oyó hablar por primera vez de quien sería su esposa. Alguien le dijo que la Pipirina estaba tomando el fresco, allá por la esquina del Aguacate, en la calle cincuenta y ocho, que andaba mostrando pierna y que no tenía mal ver. Ya libre de sarampión, andando con su palomilla por el barrio alguien le anunció: “Áista, áista, ya salió la Pipirina a tomar el fresco”. Así que caminó un poco más para acecharla: la falda le hacía marea a sus rodillas, las piernas salían del umbral de la puerta, extendidas sobre la banqueta. Era la década de los cincuenta. No hablaron ese día. Lo hicieron después, en una de las bachatas armadas con cualquier pretexto en las casas. Bailaron toda la vida, siempre que hubo ocasión, de preferencia con marimba. El ex-enfermo de sarampión y la Pipirina, caminando por la Mérida de los años cincuenta. Podría escribir también sobre un viernes que no puedo olvidar. Eran las seis

Cuando el aire despeina emociones y melenas

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«Mujer saliendo del psicoanalista» (1960). Remedios Varo. I Tangle Teezer. Así se llama el cepillo de pelo británico que ha sido millonariamente aceptado por el cuero cabelludo de personas en todo el mundo. Tengo uno. Lo compré en un viaje pues el que eché a la petaca —diría mi abuelo— es demasiado grande para llevar en la bolsa de mano, y porque los aires de ciertos sitios realmente despeinan y enredan la melena. Lacia como soy e inconforme por andar desgreñada por calles glamurosas de un barrio londinense, entré a una farmacia decidida a comprar algo que me ordenara la cabeza, aunque sea por fuera. Uno tiene su vanidad. Así elegí un cepillo que me gustó por el color y su formita compacta, apto para acomodarse sin estorbar y estar siempre a mano. Lo descolgué del ganchito y me fui a la caja sin fijarme cuántas libras implicaría la inversión. Estrené la necesaria mercancía tan pronto salí de la farmacia: ah, qué placer. Me aplaqué el desorden castaño con sonrisa de dientes a todo lo qu

De la chispa al humo: reacciones del fuego

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“Fire in a box” (2010) de Tanapol Kaewpring (1980). Desde el 2014 guardo en un disco duro la imagen “Fuego en caja”. Buceando carpetas para rescatar un par de archivos, di con ella al inicio de esta semana que termina. La contemplé en el monitor de mi laptop con el mismo asombro de la primera vez. “¿Así es la vida?”, me cuestioné, “¿nos vivimos conteniendo?”, escribí hace seis años en un Word donde anoté algunos datos de Tanapol Kaewpring (1980), el fotógrafo tailandés que concibió esta serie llamada “Proyecto Caja”. No escribí más y hoy tengo curiosidad por lo que no seguí deshilvanando. ¿Cuál habrá sido la reacción inmediata de quien está leyendo tras ver esa imagen imposible? Más que adorno o retrato, considero las fotografías que conforman “Proyecto Caja” como símbolos de meditación y cabinas de introspección. La serie consiste en cubos de cristal instalados en entornos reales. Dentro, hay furia de la naturaleza confinada, contenida sin poder expandirse. Es el caos y la belleza del

2020 + Uno: La hora de ser

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Imagen tomada de la cuenta de twitter de @ChemaMadoz I Hará unos diez años que me enamoré de la obra de Chema Madoz (Madrid, 1958) al encontrar el blanco y negro de sus fotografías en un libro robusto e irresistible que no compré. No hay otro libro del que me haya arrepentido tanto… pero al avión o se subía ese hermosísimo armatoste o me subía yo. Me fascinaron sus fotografías que fusionan dos objetos ilógicos entre sí conformando un objeto obvio. Chema logra en sus imágenes lo que otro español, Ramón Gómez de la Serna (1888–1963), consiguió con el lenguaje en sus “greguerías”, figuras poéticas como estas: “Las almejas son las castañuelas del mar” o “El agua se suelta el pelo en las cascadas”. Para mi consuelo, seguirlo en redes sociales ha calmado hambre y curiosidad por su creación. Así encontré en Twitter, la semana pasada, una foto de la que no he quitado ojo ni pensamiento. Lo que vemos, ciertamente, es un reloj de pared que pronto marcará la una. Lo que cambia su significado es e