Historias para los que han dejado de soñar
I La ventana tiene un no sé qué atorado. Con curiosidad te acercas a mirar qué es. Te tallas los ojos, quizá el cansancio de la madrugada te está haciendo delirar. Rondas la ventana y descubres que es una sombrita temblorosa buscando algún rincón para guarecerse. Quieres ayudarla pero no puedes verle las patitas para jalarle los dedos y reubicarla. Amanece. La luz se cuela, inevitablemente. Pasas el día haciéndole cuevitas con la mano y usas el libro que estás leyendo para hacerle una casa con tejado a dos aguas. Hasta que el sol se va y la sombrita que cuidaste encuentra su lugar, volviéndose enorme para hacer lo que tú hiciste por ella, contigo y con toda la ciudad. II No pueden tejer. Las agujas tienen vida propia y toman rumbos rebeldes al mandato de las manos. Imposible enhebrar. El ovillo Azul se vuelve agua y no puede atraparse. El Rojo se desangra en el sofá. Lo ya tejido emprende reversa y la bufanda se desbarata. Manos observan atónitas, no pueden creerlo: a la madeja vuelve