Historias para los que han dejado de soñar

I


La ventana tiene un no sé qué atorado. Con curiosidad te acercas a mirar qué es. Te tallas los ojos, quizá el cansancio de la madrugada te está haciendo delirar. Rondas la ventana y descubres que es una sombrita temblorosa buscando algún rincón para guarecerse. Quieres ayudarla pero no puedes verle las patitas para jalarle los dedos y reubicarla. Amanece. La luz se cuela, inevitablemente. Pasas el día haciéndole cuevitas con la mano y usas el libro que estás leyendo para hacerle una casa con tejado a dos aguas. Hasta que el sol se va y la sombrita que cuidaste encuentra su lugar, volviéndose enorme para hacer lo que tú hiciste por ella, contigo y con toda la ciudad.

II


No pueden tejer. Las agujas tienen vida propia y toman rumbos rebeldes al mandato de las manos. Imposible enhebrar. El ovillo Azul se vuelve agua y no puede atraparse. El Rojo se desangra en el sofá. Lo ya tejido emprende reversa y la bufanda se desbarata. Manos observan atónitas, no pueden creerlo: a la madeja vuelve el estambre. “No podemos continuar así”, dicen enojadas las Manos al ver que la bufanda está desvanecida.

Todo porque Azul y Rojo son colores que no se gustan urdidos, pero Manos no lo entiende. Agujas sí, y por eso la rebelión, saben que Azul anda con Verde y que Amarillo pretende a Rojo. Bufanda también lo sabe. Por eso, cuando tuvo ojos para notar sus hilos y boca para expresarlo, le dijo a Agujas que no soportaría estar para siempre entretejida con Azul y Rojo. Comprensivas y apenadas, Agujas van de aquí para allá con aire de espigas de metal, mientras las madejas engordan a cada vuelta. Manos tamborilean los dedos y no comprenden. Toman el par de agujas y también a Rojo y Azul, que por debajo de los hilos se echan miradas de alivio y descontento. Chispas inevitables surgen de Rojo y Amarillo, fusionándose en hoguera mansa. Azul y Verde pactan derretirse en lento mar.

Con orgullo de espadas defensoras, Agujas duermen en perfecta simetría, tranquilas por el armisticio de sus estambres, en el estético desorden de colores en la canasta junto al diván.

III


Tuvo que ser de noche. De otro modo habría sido imposible que sucediera. Te dijeron que doblaras a la derecha en la primera calle después de la glorieta y que avanzaras tres cuadras más sobre la calle 22. El restaurante de comida japonesa está en una esquina, lo sabes porque antes era una estética canina. Y entonces, al doblar, ocurrió. Algo como un disparo, sin dolor ni herida, te dio en la frente. Fugaz como sólo estrellas resbalan por el cielo, una de ellas te impactó. El encontronazo fue tal que se partió en dos, instalándose cada mitad en tus ojos. Sientes ardor y ceguera por segundos. La 22 está vacía y tú a media calle con el automóvil detenido. Observas un huequito en el parabrisas y confirmas con la yema del dedo índice que tiene la forma de una espuela.

Nebulosa de la Hélice.
Fotografía de la NASA. 


Cuando entras al restaurante de comida japonesa tu amigo te dice que percibe en ti algo distinto. No le cuentas, ¿cómo te creería? Lo cierto es que desde entonces te han dicho que tienes algo parecido a una constelación en la nebulosa hipnótica de tu forma de mirar.

Publicado en el Diario de Yucatán.

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