2020 + Uno: La hora de ser

Imagen tomada de la cuenta de twitter de @ChemaMadoz

I

Hará unos diez años que me enamoré de la obra de Chema Madoz (Madrid, 1958) al encontrar el blanco y negro de sus fotografías en un libro robusto e irresistible que no compré. No hay otro libro del que me haya arrepentido tanto… pero al avión o se subía ese hermosísimo armatoste o me subía yo. Me fascinaron sus fotografías que fusionan dos objetos ilógicos entre sí conformando un objeto obvio. Chema logra en sus imágenes lo que otro español, Ramón Gómez de la Serna (1888–1963), consiguió con el lenguaje en sus “greguerías”, figuras poéticas como estas: “Las almejas son las castañuelas del mar” o “El agua se suelta el pelo en las cascadas”. Para mi consuelo, seguirlo en redes sociales ha calmado hambre y curiosidad por su creación.

Así encontré en Twitter, la semana pasada, una foto de la que no he quitado ojo ni pensamiento. Lo que vemos, ciertamente, es un reloj de pared que pronto marcará la una. Lo que cambia su significado es el elemento que Chema elige para el borde: rieles. Esa imagen es poesía visual que deleita la mente al poner lo cotidiano con algo extraordinario. Me resulta exquisita la caricia al intelecto, a la imaginación, porque me permite mirar desde otra perspectiva la realidad, encontrando inspirador lo que resulta desconcertante.

II

Tras la detonación de ideas generadas por ese reloj tan singular, recordé unas líneas que hace varios años subrayé en el libro “Fuegos” de la escritora Marguerite Yourcenar: “Por mucho que yo cambie mi destino no cambia. Cualquier figura puede inscribirse en el interior de un círculo”. Esa frase la compartí en el blog Letranías el 23 de enero del 2009, y la foto que elegí para acompañarla es de huellas descalzas en la arena, formando una rueda. Pies que se cierran en sí mismos como las poéticas vías que hallé.

Encuentro en el “reloj vía” que resignifica Chema, el tiempo circular; en el “destino redondo” de Marguerite, encuentro al ser circulando en el tiempo. Somos consecuencia de actos y decisiones; eso hace que nuestro destino pueda ir para un lado o para otro, porque uno va en la vía marcando sus propias huellas, dándole la vuelta al día en el reloj, dando en cada cumpleaños la vuelta al sol.

III

¿Y qué es vivir, sino dar de vueltas? Rondamos. Damos vueltas alrededor de algo, de alguien. Escribir también lo es. Se anda en círculos bordeando ideas, poniendo de cabeza el pensamiento como a un reloj de arena. Del mismo modo le he dado vueltas al reloj de Madoz desde que lo vi en Twitter, y así también no deja de darme vueltas Yourcenar desde que la leí, hará dos décadas. Porque eso es lo que siento en esta pandemia, tanto por lo que escucho en conversaciones como por lo que observo: muchos se sienten atrapados en el tiempo de cada día, transitando de la mañana a la noche en una vía que aparentemente no lleva a ningún lugar, que acaba donde termina. Más que el desplazamiento de un lugar a otro, el movimiento que descoloca es el que nos lleva al Yo.

Por eso me resulta interesante la hora que indica el reloj de Chema. Pronto el tren del tiempo marcará la una con sus urgentes manecillas. Dándole la vuelta al título de la columna del domingo pasado, convirtamos el 2020 + 1 en 2020 + Uno, trocando el #1 para darle entrada y alojamiento al Uno como ser. El camino de esas vías es el encuentro al yo, el difícil + Uno que solemos dejar de lado en la ecuación, tan acostumbrados a complacer, proveer y vivir en entornos donde primero están los otros.

Dará la una en esa figura que se inscribe al interior del círculo, inmersos sin escapatoria en la periferia que nos empuja a desesperarnos, buscarnos y encontrarnos, a vernos irrefrenablemente la cara en el espejo hasta el revelador instante donde encontremos, que en ese destino y aparente camino sin paraje, somos y hemos sido nuestro mejor andén.

Publicado en el Diario de Yucatán.

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