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Mostrando las entradas de julio, 2020

2020+1: Imagina el mundo en un año

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Ikee Rikako, nadadora japonesa. Nació en el año 2000, en un parto acontecido en agua. Con veinte años recién cumplidos, camina vestida de blanco, delgada y con cabello corto, al centro del imponente estadio olímpico de Tokyo. Es de noche y la oscuridad sería total si no fuera por la sutil lenguita de fuego que atesora una pequeña linterna. Es la llama olímpica. El silencio es impecable. No hay espectadores. Apenas un pequeño enjambre de periodistas y camarógrafos. Un reflector seguidor, de esos que acompañan en un charco de luz a los artistas cuando entran al escenario, alumbra los pasos de Ikee Rikako, la nadadora japonesa que el Comité Olímpico designó para dar un mensaje: el viernes 24 de julio debieron inaugurarse las olimpiadas… y ella salió a contar, en pocos minutos, parte de su historia para decirle al mundo, optimista y reconfortada, que a este 2020 se le agrega un +1 y que los juegos se aplazan para el próximo año. Conmovida, observo y escucho a esta joven que ha encendido un

Un fin de semana de 253 años

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Foto de Cole Stivers. I Es el 17 de mayo de 2157. Margie (11 años) y Tommy (13 años) son amigos. Él le cuenta que encontró en el ático de su casa un libro —un libro de verdad, de papel, con palabras de imprenta, muy distinto a los telelibros del siglo XXII a los que están habituados— sobre un tema muy extraño: la escuela. “¿De la escuela? ¿qué se puede escribir sobre la escuela? Odio la escuela”, increpa Margie. “Porque no es una escuela como la nuestra, tontuela. Es una escuela como la de hace cientos de años”, responde Tommy, altivo. “De cualquier modo, tenían maestro”, continúa Margie. “Claro que tenían maestro, pero no era un maestro normal. Era un hombre”, añade él. “¿Un hombre? ¿Cómo puede un hombre ser maestro?”. Lo anterior sucede en “Cuánto se divertían”, cuento del escritor Isaac Asimov (1920-1992), publicado en diciembre de 1951 en un periódico infantil. En el relato, vemos el fastidio de Margie, a quien no le queda más remedio que entrar a la habitación contigua a su dormit

Instantes donde se anida la memoria

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I En últimos días he recibido por WhatsApp fotos familiares que tienen entre dos y tres décadas. A uno de los remitentes le atribuyo el envío por la nostalgia de cumplir años y el consecuente impulso de hacer recuento de vida: mi prima Betina nos compartió fotos de lo que llamó “Mi instagram de los 90”, un álbum bien conservado y decoradito con palabras formadas con recortes de revista. Al segundo remitente, le adivino el envío como un acto irresistible al encontrar álbumes que atestiguan el pasado y una historia de amor. Dentro de veinte años, ¿en dónde estará todo lo que hoy compartimos por redes y grupitos del Whats? Más allá de iCloud o un disco duro, ¿qué haremos en unas décadas para volver a esos instantes que hoy tenemos en el celular? ¿a dónde acudirá Betina cuando cumpla sesenta y tantos y quiera recordar? Lo anterior me refiere a una conversación que escuché al sentarme junto a una familia, en un aeropuerto: —¿Me muestras la foto de cuando aprendí a nadar? —le pide el niño a

El aleteo sutil de la metamorfosis

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Foto tomada del Diario de Yucatán. Borboleta, papillon, butterfly, schmetterling… hasta para nombrar «mariposa» hay belleza en el idioma que se quiera pronunciar. ¿Qué las ha hecho gozar de tan buena aceptación humana entre tantos animalitos flotadores? ¿será el prodigio de sus alas, la variedad, el tamaño compacto e inasible, la inofensiva libertad de su aleteo? En su danza irregular garigolean el aire con una estela que, de poderse leer, se dibujaría como caligrafía árabe, porque estos lepidópteros son arte decorativo al vuelo. De niña pensaba que a las mariposas no les gustan los aguaceros y que pasan volando en tropel, huyendo. Saqué mis inocentes deducciones porque, siempre que veía muchas, más tarde se caía el cielo. Varios años después «lo confirmé» desde mi salón de clases en la Universidad Modelo, cuando vi mariposas adornando la tarde. Las confundí con cenizas. Pensé que algo se quemaba y que el viento arrastraba pedazos de incendio. Pero no. Era la movediza estampa de una c